Bucólico mirar.
Olhos límpidos!
Caminhos poucos.
quarta-feira, dezembro 15, 2010
domingo, novembro 07, 2010
Escrito por Alex Jaf
Te regalo mis ojos
Hace 9 años decidí ser navegante de mis sueños, aventarme al vacio y experimentar que tan profundo puede ser este, y comencé a viajar, a irme tan lejos como mi amor me inspira y permite, me enamore, disfrute, me entregué y perdí tanto , que deje de navegar para volverme un naufrago, y comprendí que a la deriva me permitía amarme más.
Liberarme de la ruta, del lugar y del destino siguiendo tan solo la brújula de mi corazón me mostro que la diferencia entre un lugar y otro, entre un sentimiento y alguno más es mi ser, que mi ser hace la diferencia en cualquier lugar, pues es a través de mi ser que pasa y existe todo, imprimiendo fotografías emocionales en el todo desde el cual existo, el miedo se convirtió en gusto, el andar en fe, el experimentar con amor en voluntad, mi propia vida en esperanza, conocí al mejor amigo, este con el que convivo 365 días al año, segundo a segundo de mi vida. De mi mano conmigo, con la certeza de contar con mi disposición y gusto por la vida… continuo andando.
Sin embargo la vida de que aquel que como yo vive en solitud no es sencilla, es un encuentro constante y cotidiano con todo lo que se expresa y quiere expresar desde dentro del corazón, es un constante encuentro con la contemplación profunda, y es tan emotivo e intenso que la única manera de experimentarlo es la vulnerabilidad consciente ante lo que se siente y la receptividad despojada de límites ante lo que se experimenta y comunica por dentro.
Hace 9 años que me siento completamente enamorado de la vida y su tremenda intensidad toda poderosa y creativa, y con cada experiencia más y más, y también hace tantos años que no me siento acompañado más que de lo que siento me une desde el corazón a la vida, y es así que los rostros, los idiomas, la gente… todo cambia, se van, me voy, cambia, todo cambia a un ritmo tan vertiginoso como la vida es capaz de crear y uno es capaz de soportar la recreación de sí mismo.
El que vive en solitud como lo hago sabe qué gran privilegio es disfrutar de un momento de confort, que gran privilegio es ser querido, estimado y amado, conoce el sabor de la comida pues al comerla agradece el recibir, a veces no hay nada que comer al andar, ama el frio pues despierta sus sentidos y agradece con el alma el cobijo, de una frazada, de unos brazos, de un corazón.
El que vive en solitud se entrega desposeído y completo a la seducción de la vida, con completa apertura, con tanto de sí que pareciera ingenuo, sin embargo lo que a veces los demás espectadores desconocen es que en este ritual del darse se abre la puerta del cosmos al recibir, y respirar, beber, observar un color o disfrutar un sabor se convierten en éxtasis silencioso, en esta risa loca que nos acompaña a todos los navegantes y náufragos de la vida y del mundo.
Esta solitud nos da a otros con tanta intensidad y gusto que creamos instantes eternos, sustanciales, llenos, mágicos, mientras disfrutamos del producto de la vida sin límites, de infinitas posibilidades y oportunidades.
Sabemos que podemos ir a donde queramos cuando queramos por que nos liberamos hace mucho de cualquier amarra, puerto, vela y timón, la inspiración de una idea es suficiente aire para arrojarnos a la inmensidad del océano infinito de la existencia, y no importando que imaginando un rumbo terminemos en cualquier otro sitio, sabemos que llegamos ahí sonriendo, dispuestos, siguiendo la experiencia de ser el viajero que se fue con el viento. Extasiados de vida, sorprendidos de lo generosa que es la misma.
El que vive en solitud renuncio hace tanto a querer y tener que cuando algo o alguien se va de su vida, sabe que se está recordando a sí mismo su renuncia, el que camina por la nada solo puede agradecer disfrutar del todo, y ante lo efímero de la misma vida ¿Qué puede ser eterno? Solo su esencia, la esencia del momento, la profundidad del instante, la celebración de este momento que puede ser vivido al límite porque nada nos detiene de seguir expandiéndolo.
Somos solitarios guardando un halo de misterio ahí junto a todos los truquitos y cosas que explayamos y exponemos ante cualquier posibilidad de manifestar un universo onírico, de ensueño, de todo posibilidad, y nos fundimos con cualquiera que aprecie nuestra presencia… al final el misterio es autentico, vivimos en él, y las curiosidades que hemos visto, degustado y aprendido al andar, se manifiestan solas en el gusto por convivir.
Disfrutamos del baile de la seducción social con tal entrega que pareciéramos eternamente embriagados de imprudente satisfacción, y lo estamos, dejamos la vida muy atrás, abrazada al único acontecimiento que previsiblemente a todos nos pasara, y es que el que vive naufrago se dio un día con tanta entrega también a su muerte, que sabiéndola única certidumbre del acto de vivir, considera que una debe de ser tan buena como la otra, y amando su final se entrega completamente a este instante tan agradecido de vida, cuando termine, simplemente lo hará, como, cuando y por qué carece de importancia, ja,ja, seguro la muerte llegara sonriente.
El que vive en solitud vive sin soledad, vive eternamente entregado a la abundancia del Todo, experimentando su grandeza con total devoción, con total admiración y entrega a las sorpresas que este brinda que vive en el misterio y el gusto por descubrir, comenzando por descubrirse de velos y límites, revelándose constantemente ante sí mismo y sus trabas.
Curioso es que la palabra solitud es tan exacta como el andar que el auto designado naufrago de la vida profesa, al final es la calle vacía, los paisajes maravillosamente bellos sin otra compañía que el gusto por admirarles, el sentimiento de admiración por la grandiosidad del cosmos, lo delicioso del dudar y sus posibilidades, la consciencia de lo hermoso que es desconocer tanto y tener espacio para lo mismo al conocerlo, que vacios nos entregamos al lleno, a la totalidad sin otra compañía que nuestros pies, ingenuidad y risa.
A veces no es que nuestra bien amada solitud nos aleje de nadie, sino que muchas veces es el otro en su temor por seguridad, confort, poder o control él que se desilusiona ante un universo ilimitado que les compartimos, dándose cuenta que en el ilimitado todo puede pasar, no solo sus fantasías, y se aleja para preservar sus fantasías, sus ilusiones de establecimiento y ruta…
Al final el camino de la existencia es igual para todos, y la resistencia de tales ilusiones como el control, el poder, el confort o la seguridad tan solo hacen sufrible el transito, el rio de la existencia arrastra con él aun al más experimentado nadador, siendo así es mejor usar la experiencia para evitar lo desagradable que flote en el rio, pero no negar la fuerza del mismo, ni tratar de imponerse a lo que al final es el mismo regalo de la vida que inherentemente se transforma constantemente a sí misma como el rio lo hace al crear su tránsito.
La solitud, la entrega desmedida, la renuncia y la apertura a todo no son tareas sencillas, no pueden ser etiquetas, mascaras o personalidades adquiridas, o que puedan adquirirse ja,ja… Son actitudes y acciones constantes en la práctica del ser, en el vacio por permitirse existir sin condicionarse a ser, es dejarse fluir ante la sorpresa de la imaginación y la vida sin querer nada, es experimentar la nada y esta no puede definirse.
La intensidad de la totalidad es tan grande que tiene el poder en su fuerza centrípeta por despedazarlo todo, el naufrago lo sabe, el misterio de su fuerza consiste en que ha cedido todo, menos la dignidad de su corazón, el honor que siente por la vida, la alegría que da a cambio del gozo por existir, y siendo así todo aquello que despedace la fuerza intensa del todo será lo que tuviera que irse o ser transformado, la luz del todo ha sido depositada en el interior de toda su creación, y en algún momento todas las luces se unen, así que darse por completo a la vida es darse por completo hasta el mismo final.
Tal vez por ello la oscuridad sea tan hermosa, sin dualismos brilla tanto un extremo como el otro abrazándose enteros en el centro de nuestro ser ¿Entonces de qué lado queda un extremo para con el otro si ambos se unen en el interior del latido vibrante del corazón? ¿A que pudiéramos temer si ya dejamos todo? ¿Qué camino pudiera ser errado? Ahí donde Dios le dice chócalas al Diablo, en dónde la inhalación repentinamente se transforma en exhalación, es donde reposa el misterio de la vida.
Que no se malentienda, el que vive en solitud se ofrenda con tanto fervor a la vida que tal intensidad se encuentra siempre presente en sí mismo, siendo una potencia tan enorme que es capaz de alterar la misma corriente de la vida que lo lleva a uno, en interacción, sin ninguna gobernabilidad ante la misma, siendo así el camino siempre será sustancioso, lleno, bello, profundo, tan propio como la belleza y el amor lo pueden ser sin encontrarse restringidos, interdependientes con la inmensa totalidad.
Después de 9 años de navegante auto convertido en naufrago y las piraterías que cometí en el medio, después de 29 países e innumerables pasos, tan solo puedo agradecer con el alma la colaboración de todos en tener una vida tan hermosa y tan intensa, en el reflejo de mi existencia existen tantas sonrisas como las que ustedes me han regalado algún día. Gracias por enseñarme que la abundancia es cuestion de entrega y apertura a recibir. Continuamos el andar. Los Amo.
Alex.
Hace 9 años decidí ser navegante de mis sueños, aventarme al vacio y experimentar que tan profundo puede ser este, y comencé a viajar, a irme tan lejos como mi amor me inspira y permite, me enamore, disfrute, me entregué y perdí tanto , que deje de navegar para volverme un naufrago, y comprendí que a la deriva me permitía amarme más.
Liberarme de la ruta, del lugar y del destino siguiendo tan solo la brújula de mi corazón me mostro que la diferencia entre un lugar y otro, entre un sentimiento y alguno más es mi ser, que mi ser hace la diferencia en cualquier lugar, pues es a través de mi ser que pasa y existe todo, imprimiendo fotografías emocionales en el todo desde el cual existo, el miedo se convirtió en gusto, el andar en fe, el experimentar con amor en voluntad, mi propia vida en esperanza, conocí al mejor amigo, este con el que convivo 365 días al año, segundo a segundo de mi vida. De mi mano conmigo, con la certeza de contar con mi disposición y gusto por la vida… continuo andando.
Sin embargo la vida de que aquel que como yo vive en solitud no es sencilla, es un encuentro constante y cotidiano con todo lo que se expresa y quiere expresar desde dentro del corazón, es un constante encuentro con la contemplación profunda, y es tan emotivo e intenso que la única manera de experimentarlo es la vulnerabilidad consciente ante lo que se siente y la receptividad despojada de límites ante lo que se experimenta y comunica por dentro.
Hace 9 años que me siento completamente enamorado de la vida y su tremenda intensidad toda poderosa y creativa, y con cada experiencia más y más, y también hace tantos años que no me siento acompañado más que de lo que siento me une desde el corazón a la vida, y es así que los rostros, los idiomas, la gente… todo cambia, se van, me voy, cambia, todo cambia a un ritmo tan vertiginoso como la vida es capaz de crear y uno es capaz de soportar la recreación de sí mismo.
El que vive en solitud como lo hago sabe qué gran privilegio es disfrutar de un momento de confort, que gran privilegio es ser querido, estimado y amado, conoce el sabor de la comida pues al comerla agradece el recibir, a veces no hay nada que comer al andar, ama el frio pues despierta sus sentidos y agradece con el alma el cobijo, de una frazada, de unos brazos, de un corazón.
El que vive en solitud se entrega desposeído y completo a la seducción de la vida, con completa apertura, con tanto de sí que pareciera ingenuo, sin embargo lo que a veces los demás espectadores desconocen es que en este ritual del darse se abre la puerta del cosmos al recibir, y respirar, beber, observar un color o disfrutar un sabor se convierten en éxtasis silencioso, en esta risa loca que nos acompaña a todos los navegantes y náufragos de la vida y del mundo.
Esta solitud nos da a otros con tanta intensidad y gusto que creamos instantes eternos, sustanciales, llenos, mágicos, mientras disfrutamos del producto de la vida sin límites, de infinitas posibilidades y oportunidades.
Sabemos que podemos ir a donde queramos cuando queramos por que nos liberamos hace mucho de cualquier amarra, puerto, vela y timón, la inspiración de una idea es suficiente aire para arrojarnos a la inmensidad del océano infinito de la existencia, y no importando que imaginando un rumbo terminemos en cualquier otro sitio, sabemos que llegamos ahí sonriendo, dispuestos, siguiendo la experiencia de ser el viajero que se fue con el viento. Extasiados de vida, sorprendidos de lo generosa que es la misma.
El que vive en solitud renuncio hace tanto a querer y tener que cuando algo o alguien se va de su vida, sabe que se está recordando a sí mismo su renuncia, el que camina por la nada solo puede agradecer disfrutar del todo, y ante lo efímero de la misma vida ¿Qué puede ser eterno? Solo su esencia, la esencia del momento, la profundidad del instante, la celebración de este momento que puede ser vivido al límite porque nada nos detiene de seguir expandiéndolo.
Somos solitarios guardando un halo de misterio ahí junto a todos los truquitos y cosas que explayamos y exponemos ante cualquier posibilidad de manifestar un universo onírico, de ensueño, de todo posibilidad, y nos fundimos con cualquiera que aprecie nuestra presencia… al final el misterio es autentico, vivimos en él, y las curiosidades que hemos visto, degustado y aprendido al andar, se manifiestan solas en el gusto por convivir.
Disfrutamos del baile de la seducción social con tal entrega que pareciéramos eternamente embriagados de imprudente satisfacción, y lo estamos, dejamos la vida muy atrás, abrazada al único acontecimiento que previsiblemente a todos nos pasara, y es que el que vive naufrago se dio un día con tanta entrega también a su muerte, que sabiéndola única certidumbre del acto de vivir, considera que una debe de ser tan buena como la otra, y amando su final se entrega completamente a este instante tan agradecido de vida, cuando termine, simplemente lo hará, como, cuando y por qué carece de importancia, ja,ja, seguro la muerte llegara sonriente.
El que vive en solitud vive sin soledad, vive eternamente entregado a la abundancia del Todo, experimentando su grandeza con total devoción, con total admiración y entrega a las sorpresas que este brinda que vive en el misterio y el gusto por descubrir, comenzando por descubrirse de velos y límites, revelándose constantemente ante sí mismo y sus trabas.
Curioso es que la palabra solitud es tan exacta como el andar que el auto designado naufrago de la vida profesa, al final es la calle vacía, los paisajes maravillosamente bellos sin otra compañía que el gusto por admirarles, el sentimiento de admiración por la grandiosidad del cosmos, lo delicioso del dudar y sus posibilidades, la consciencia de lo hermoso que es desconocer tanto y tener espacio para lo mismo al conocerlo, que vacios nos entregamos al lleno, a la totalidad sin otra compañía que nuestros pies, ingenuidad y risa.
A veces no es que nuestra bien amada solitud nos aleje de nadie, sino que muchas veces es el otro en su temor por seguridad, confort, poder o control él que se desilusiona ante un universo ilimitado que les compartimos, dándose cuenta que en el ilimitado todo puede pasar, no solo sus fantasías, y se aleja para preservar sus fantasías, sus ilusiones de establecimiento y ruta…
Al final el camino de la existencia es igual para todos, y la resistencia de tales ilusiones como el control, el poder, el confort o la seguridad tan solo hacen sufrible el transito, el rio de la existencia arrastra con él aun al más experimentado nadador, siendo así es mejor usar la experiencia para evitar lo desagradable que flote en el rio, pero no negar la fuerza del mismo, ni tratar de imponerse a lo que al final es el mismo regalo de la vida que inherentemente se transforma constantemente a sí misma como el rio lo hace al crear su tránsito.
La solitud, la entrega desmedida, la renuncia y la apertura a todo no son tareas sencillas, no pueden ser etiquetas, mascaras o personalidades adquiridas, o que puedan adquirirse ja,ja… Son actitudes y acciones constantes en la práctica del ser, en el vacio por permitirse existir sin condicionarse a ser, es dejarse fluir ante la sorpresa de la imaginación y la vida sin querer nada, es experimentar la nada y esta no puede definirse.
La intensidad de la totalidad es tan grande que tiene el poder en su fuerza centrípeta por despedazarlo todo, el naufrago lo sabe, el misterio de su fuerza consiste en que ha cedido todo, menos la dignidad de su corazón, el honor que siente por la vida, la alegría que da a cambio del gozo por existir, y siendo así todo aquello que despedace la fuerza intensa del todo será lo que tuviera que irse o ser transformado, la luz del todo ha sido depositada en el interior de toda su creación, y en algún momento todas las luces se unen, así que darse por completo a la vida es darse por completo hasta el mismo final.
Tal vez por ello la oscuridad sea tan hermosa, sin dualismos brilla tanto un extremo como el otro abrazándose enteros en el centro de nuestro ser ¿Entonces de qué lado queda un extremo para con el otro si ambos se unen en el interior del latido vibrante del corazón? ¿A que pudiéramos temer si ya dejamos todo? ¿Qué camino pudiera ser errado? Ahí donde Dios le dice chócalas al Diablo, en dónde la inhalación repentinamente se transforma en exhalación, es donde reposa el misterio de la vida.
Que no se malentienda, el que vive en solitud se ofrenda con tanto fervor a la vida que tal intensidad se encuentra siempre presente en sí mismo, siendo una potencia tan enorme que es capaz de alterar la misma corriente de la vida que lo lleva a uno, en interacción, sin ninguna gobernabilidad ante la misma, siendo así el camino siempre será sustancioso, lleno, bello, profundo, tan propio como la belleza y el amor lo pueden ser sin encontrarse restringidos, interdependientes con la inmensa totalidad.
Después de 9 años de navegante auto convertido en naufrago y las piraterías que cometí en el medio, después de 29 países e innumerables pasos, tan solo puedo agradecer con el alma la colaboración de todos en tener una vida tan hermosa y tan intensa, en el reflejo de mi existencia existen tantas sonrisas como las que ustedes me han regalado algún día. Gracias por enseñarme que la abundancia es cuestion de entrega y apertura a recibir. Continuamos el andar. Los Amo.
Alex.
sábado, setembro 11, 2010
O que eu quero
E do melhor eu quero o mais simples
Do espetacular eu quero a fantasia
Da beleza perfeita eu quero o interior
Do mar eu quero a profundidade
Dos rios eu quero a fluência
Do vento eu quero a visão
Do fogo eu quero a luz
Dos olhos eu quero a escuridão
Do abraco eu quero o coração
Do amor eu quero a criação
Da ilusao eu quero a coragem
E dos pensamentos eu quero a fumaça
Da mulher eu quero o ventre
E do passado, quero o presente
Do futuro eu quero o momento
Das lagrimas eu quero a intensidade
Kairos
Do espetacular eu quero a fantasia
Da beleza perfeita eu quero o interior
Do mar eu quero a profundidade
Dos rios eu quero a fluência
Do vento eu quero a visão
Do fogo eu quero a luz
Dos olhos eu quero a escuridão
Do abraco eu quero o coração
Do amor eu quero a criação
Da ilusao eu quero a coragem
E dos pensamentos eu quero a fumaça
Da mulher eu quero o ventre
E do passado, quero o presente
Do futuro eu quero o momento
Das lagrimas eu quero a intensidade
Kairos
quarta-feira, julho 28, 2010
A lista
Faça uma lista de grandes amigos
Quem você mais via há dez anos atrás
Quantos você ainda vê todo dia
Quantos você já não encontra mais...
Faça uma lista dos sonhos que tinha
Quantos você desistiu de sonhar!
Quantos amores jurados pra sempre
Quantos você conseguiu preservar...
Onde você ainda se reconhece
Na foto passada ou no espelho de agora?
Hoje é do jeito que achou que seria
Quantos amigos você jogou fora?
Quantos mistérios que você sondava
Quantos você conseguiu entender?
Quantos segredos que você guardava
Hoje são bobos ninguém quer saber?
Quantas mentiras você condenava?
Quantas você teve que cometer?
Quantos defeitos sanados com o tempo
Eram o melhor que havia em você?
Quantas canções que você não cantava
Hoje assobia pra sobreviver?
Quantas pessoas que você amava
Hoje acredita que amam você?
Oswaldo Montenegro
Quem você mais via há dez anos atrás
Quantos você ainda vê todo dia
Quantos você já não encontra mais...
Faça uma lista dos sonhos que tinha
Quantos você desistiu de sonhar!
Quantos amores jurados pra sempre
Quantos você conseguiu preservar...
Onde você ainda se reconhece
Na foto passada ou no espelho de agora?
Hoje é do jeito que achou que seria
Quantos amigos você jogou fora?
Quantos mistérios que você sondava
Quantos você conseguiu entender?
Quantos segredos que você guardava
Hoje são bobos ninguém quer saber?
Quantas mentiras você condenava?
Quantas você teve que cometer?
Quantos defeitos sanados com o tempo
Eram o melhor que havia em você?
Quantas canções que você não cantava
Hoje assobia pra sobreviver?
Quantas pessoas que você amava
Hoje acredita que amam você?
Oswaldo Montenegro
quarta-feira, julho 21, 2010
EPITÁFIO
Aniversário de oito anos. Vovô carinhosamente me puxou para o canto e me convidou para uma brincadeira de criança. Tinha ali duas mãos enrugadas fechadas e cruzadas entre si, de frente para mim, pedindo para eu escolher em qual delas queria bater. Bati numa e ganhei um espelhinho. Tive uma nova chance. Frio na barriga... Bati na outra: vazia! Fiquei sem palavras... Estava certa de que iria ganhar dois presentes. Meu avô me dissera incialmente que haveria ali duas surpresas. E que surpresas, permeadas ainda por uma escolha.
Aquele espelhinho, apesar de não me servir para tudo, possibilitava que eu viesse a me encontrar refletida nele. Já aquela palma vazia não me refletia, e por isso eu poderia olhar aquele lugar e buscar nele algo que o espelhinho não poderia me oferecer. Ou até vir a me enganar, acreditando que com aquele espelhinho eu poderia tudo, ser dona do mundo! Afinal tinha uma imagem ali que nunca iria me abandonar: tendo nas mãos um rosto que me olhava, eu não mais precisaria olhar para o resto do mundo! Claro, já que teria uma garantia, uma certeza, que se eu me desviasse, e olhasse para fora, poderia me faltar... Ah, e eu poderia ainda me lamentar o resto da vida por ter recebido de presente apenas aquele mísero espelhinho frágil, que poderia vir a cair no chão e quebrar, e ainda ter o azar de reconhecer na mão vazia a ausência total de possibilidades.
Vovô, adorando o fato de eu estar pensando nas voltas que o meu pensamento dava, rodopiando, pôs mais lenha na fogueira: “E se fosse o contrário? E se você tivesse batido primeiro na mão vazia para depois descobrir que ainda poderia vir a ganhar mesmo uma surpresa?” Ah, aí sim o espelhinho ficaria ainda mais importante! Ou não... Ou eu poderia desconfiar que vovô estivesse mentindo para mim, fingindo ter presentes e na verdade estar de mãos vazias e atadas frente a mim. Isso também seria uma escolha: posso pensar isso ou aquilo.
Vovô tentava ali me ensinar os principais valores da vida: possibilidades ou limitações. Possibilidades e limitações. Alegrias e frustrações. Caminhos diferentes, divergentes, convergentes, coincidentes. Conflitos. Escolhas.
E, frente a todo este cenário, concedeu-me a possibilidade de ter a liberdade de escolher o que pensar sobre a vida e o que fazer com ela. O que fazer de mim diante da minha condição humana: como olhar para minha imagem, como perceber possibilidades, como lidar com minhas limitações.
Mas naquele momento, não pude compreender isso: o espelhinho caiu logo da minha mão e se quebrou! E o hino dos meus primos começou: “sete anos de azar, hahaha!!!”. Pronto. Estava ali, eu, sem presente e sem presença. Fechei-me, enclausurei-me, tranquei-me a sete chaves e quase engoli a chave. Passei a achar que a vida não era nada justa comigo, que eu não merecia aquilo, e que o melhor era nem acreditar em mais nada. Minhas lágrimas inundaram-me a perder-me de vista, e eu mal podia me ver naqueles estilhaços de espelho no chão.
Abaixei-me para pegá-los sem nenhum cuidado. Vovô deteve-me. Ensinou-me uma prática lição: vá até o banheiro, lave o rosto e seque-o de frente para o grande espelho. Depois siga até a cozinha, coloque luvas de borracha, pegue uma vassoura e uma pá, varra esses cacos, jogue-os no lixo, guarde todo o material e volte para conversarmos. Sem questionar, logo o fiz. Admirava muito o vovô e considerava-o sábio.
Sentei-me ao seu lado. As lágrimas já não jorravam mais em meu rosto. Dizem mesmo que quando a gente molha as coisas elas diminuem. Reguei a minha dor do jeito que vovô me ensinou e ela encolheu, passando a caber dentro de mim, nas minhas gavetinhas imaginárias. Recebi então um enorme presente ao viver na pele aquela experiência. E ainda fui reconfortada pelas palavras sábias de meu avô:
“Minha netinha querida: na vida, muitos caminhos não irão vingar, nem culminar do modo como você imagina. Eles não serão do modo como você sonhou. E nem por isso você deve deixar de sonhar e ser ingrata com você, nem com a vida. A menos que você queira isso. Quando uma frustração vier, não se deixe abater: arregasse as mangas, proteja-se e enfrente-a. Prepare-se para juntar os cacos e livrar-se deles, com cuidado. E trate de enterrá-los de modo a completar um ciclo, pagando aquela dívida interna de modo maduro. Só assim a imagem inteira do espelho poderá se manter dentro de você. Se você não fizer isso, começará a acumular-se em cacos internos e chegará a se sentir estilhaçada por completo. E se essa for a sua escolha, você terá que arcar com ela, cedo ou tarde.”
Dez anos depois, meu corpo tomou nova forma. Vovô estava largado num leito de hospital. Que injusto: eu tão robusta e ele tão frágil. Reconhecendo a minha impotência diante daquele quadro, não recuei: fui até lá cuidar dele naquele momento tão delicado. Que tristeza... Vovô estava tão envelhecido... Nem parecia o vovô jovem que eu conheci quando criança. Como estava adoecido... Mal conseguia abrir os olhos. Soros, sondas, cateter, urinol, exames, comida mole e sem gosto, enfermeiras, médicos... O barulho daquele ambiente mal o permitia silenciar tamanha dor, e impossibilitava-o de viver tranquilamente seus últimos instantes de vida.
Resolvi fazer daquele momento de finitude um momento de vida. Fiz a brincadeira das mãos para ele e ele sorriu generosamente para mim. Embora quase inteiramente imerso em uma outra dimensão, reconheci ali o seu esforço. Ele bateu numa mão e eu abri: mão vazia. Ele bateu na outra e eu abri e lá estava um pedaço de papel. Tirei uma caneta do bolso e pedi para que ele tentasse dizer suas últimas palavras para que eu pudesse registrar, e quem sabe até deixar por escrito, em letras garrafais, a sua magnitude.
Detive-me diante da maior surpresa da minha vida: num ímpeto de emoção, vovô sugou o ar o mais que pôde e emudeceu para sempre. Eu jamais poderia registrar em palavras aquele glorioso momento.
Cristina Monteiro
Aquele espelhinho, apesar de não me servir para tudo, possibilitava que eu viesse a me encontrar refletida nele. Já aquela palma vazia não me refletia, e por isso eu poderia olhar aquele lugar e buscar nele algo que o espelhinho não poderia me oferecer. Ou até vir a me enganar, acreditando que com aquele espelhinho eu poderia tudo, ser dona do mundo! Afinal tinha uma imagem ali que nunca iria me abandonar: tendo nas mãos um rosto que me olhava, eu não mais precisaria olhar para o resto do mundo! Claro, já que teria uma garantia, uma certeza, que se eu me desviasse, e olhasse para fora, poderia me faltar... Ah, e eu poderia ainda me lamentar o resto da vida por ter recebido de presente apenas aquele mísero espelhinho frágil, que poderia vir a cair no chão e quebrar, e ainda ter o azar de reconhecer na mão vazia a ausência total de possibilidades.
Vovô, adorando o fato de eu estar pensando nas voltas que o meu pensamento dava, rodopiando, pôs mais lenha na fogueira: “E se fosse o contrário? E se você tivesse batido primeiro na mão vazia para depois descobrir que ainda poderia vir a ganhar mesmo uma surpresa?” Ah, aí sim o espelhinho ficaria ainda mais importante! Ou não... Ou eu poderia desconfiar que vovô estivesse mentindo para mim, fingindo ter presentes e na verdade estar de mãos vazias e atadas frente a mim. Isso também seria uma escolha: posso pensar isso ou aquilo.
Vovô tentava ali me ensinar os principais valores da vida: possibilidades ou limitações. Possibilidades e limitações. Alegrias e frustrações. Caminhos diferentes, divergentes, convergentes, coincidentes. Conflitos. Escolhas.
E, frente a todo este cenário, concedeu-me a possibilidade de ter a liberdade de escolher o que pensar sobre a vida e o que fazer com ela. O que fazer de mim diante da minha condição humana: como olhar para minha imagem, como perceber possibilidades, como lidar com minhas limitações.
Mas naquele momento, não pude compreender isso: o espelhinho caiu logo da minha mão e se quebrou! E o hino dos meus primos começou: “sete anos de azar, hahaha!!!”. Pronto. Estava ali, eu, sem presente e sem presença. Fechei-me, enclausurei-me, tranquei-me a sete chaves e quase engoli a chave. Passei a achar que a vida não era nada justa comigo, que eu não merecia aquilo, e que o melhor era nem acreditar em mais nada. Minhas lágrimas inundaram-me a perder-me de vista, e eu mal podia me ver naqueles estilhaços de espelho no chão.
Abaixei-me para pegá-los sem nenhum cuidado. Vovô deteve-me. Ensinou-me uma prática lição: vá até o banheiro, lave o rosto e seque-o de frente para o grande espelho. Depois siga até a cozinha, coloque luvas de borracha, pegue uma vassoura e uma pá, varra esses cacos, jogue-os no lixo, guarde todo o material e volte para conversarmos. Sem questionar, logo o fiz. Admirava muito o vovô e considerava-o sábio.
Sentei-me ao seu lado. As lágrimas já não jorravam mais em meu rosto. Dizem mesmo que quando a gente molha as coisas elas diminuem. Reguei a minha dor do jeito que vovô me ensinou e ela encolheu, passando a caber dentro de mim, nas minhas gavetinhas imaginárias. Recebi então um enorme presente ao viver na pele aquela experiência. E ainda fui reconfortada pelas palavras sábias de meu avô:
“Minha netinha querida: na vida, muitos caminhos não irão vingar, nem culminar do modo como você imagina. Eles não serão do modo como você sonhou. E nem por isso você deve deixar de sonhar e ser ingrata com você, nem com a vida. A menos que você queira isso. Quando uma frustração vier, não se deixe abater: arregasse as mangas, proteja-se e enfrente-a. Prepare-se para juntar os cacos e livrar-se deles, com cuidado. E trate de enterrá-los de modo a completar um ciclo, pagando aquela dívida interna de modo maduro. Só assim a imagem inteira do espelho poderá se manter dentro de você. Se você não fizer isso, começará a acumular-se em cacos internos e chegará a se sentir estilhaçada por completo. E se essa for a sua escolha, você terá que arcar com ela, cedo ou tarde.”
Dez anos depois, meu corpo tomou nova forma. Vovô estava largado num leito de hospital. Que injusto: eu tão robusta e ele tão frágil. Reconhecendo a minha impotência diante daquele quadro, não recuei: fui até lá cuidar dele naquele momento tão delicado. Que tristeza... Vovô estava tão envelhecido... Nem parecia o vovô jovem que eu conheci quando criança. Como estava adoecido... Mal conseguia abrir os olhos. Soros, sondas, cateter, urinol, exames, comida mole e sem gosto, enfermeiras, médicos... O barulho daquele ambiente mal o permitia silenciar tamanha dor, e impossibilitava-o de viver tranquilamente seus últimos instantes de vida.
Resolvi fazer daquele momento de finitude um momento de vida. Fiz a brincadeira das mãos para ele e ele sorriu generosamente para mim. Embora quase inteiramente imerso em uma outra dimensão, reconheci ali o seu esforço. Ele bateu numa mão e eu abri: mão vazia. Ele bateu na outra e eu abri e lá estava um pedaço de papel. Tirei uma caneta do bolso e pedi para que ele tentasse dizer suas últimas palavras para que eu pudesse registrar, e quem sabe até deixar por escrito, em letras garrafais, a sua magnitude.
Detive-me diante da maior surpresa da minha vida: num ímpeto de emoção, vovô sugou o ar o mais que pôde e emudeceu para sempre. Eu jamais poderia registrar em palavras aquele glorioso momento.
Cristina Monteiro
quarta-feira, junho 09, 2010
"PASSEIO SOCRÁTICO"
Ao viajar pelo Oriente, mantive contatos com monges do Tibete, da Mongólia, do Japão e da China. Eram homens serenos, comedidos, recolhidos, e em paz nos seus mantos cor de açafrão...
Em outro dia, eu observava o movimento do Aeroporto de São Paulo: a sala de espera estava cheia de executivos com telefones celulares, preocupados, ansiosos, geralmente comendo mais do que deviam. Com certeza, já haviam tomado o seu café da manhã em casa; mas, como a companhia aérea oferecia outro café, todos comiam vorazmente.
Aquilo me fez refletir: "Qual dos dois modelos vistos por mim, até aqui, realmente produz felicidade?".
Passados alguns dias, encontrei Daniela, 10 anos, no elevador, às nove da manhã, e perguntei: "Não foi à aula?". E ela me respondeu: "Não. Eu só tenho aula à tarde". Comemorei: "Que bom! Isto significa, então, que, de manhã, você pode brincar, ou dormir até mais tarde!...". "Não;", retrucou-me ela, "tenho tanta coisa a fazer, de manhã...". "Que tanta coisa?", perguntei. "Aulas de inglês; de balé; de pintura; piscina", e começou a elencar seu programa de garota robotizada.. .
Fiquei pensando: "Que pena! A Daniela não me disse: "Tenho aula de meditação".
Vê-se que estamos construindo super-homens e super-mulheres, totalmente equipados, mas, emocionalmente infantilizados.
Uma progressista cidade do interior de São Paulo tinha, em 1960, seis livrarias e uma academia de ginástica; hoje, tem sessenta academias de ginástica e três livrarias!
Não tenho nada contra malhar o corpo... Mas, preocupo-me com a desproporção em relação à malhação do espírito. Acho ótimo, vamos todos morrer esbeltos. Alguns perguntaram "Como estava o defunto?". E outros responderão: "Olha..., uma maravilha, não tinha uma celulite!"...
Mas, como fica a questão da subjetividade? Da espiritualidade? Da ociosidade amorosa?
Hoje, a palavra é virtualidade. Tudo é virtual. Trancado em seu quarto, em Brasília, um homem pode ter uma amiga íntima em Tóquio, sem nenhuma preocupação, porém, de conhecer o seu vizinho de prédio ou de quadra! Tudo é virtual. Somos místicos virtuais, religiosos virtuais, cidadãos virtuais. E somos também eticamente virtuais...
A palavra hoje é "entretenimento". Domingo, então, é o dia nacional da imbecilização coletiva. Imbecil, o apresentador; imbecil, quem vai lá e se apresenta no palco; imbecil, quem perde a tarde diante da telinha...
E como a publicidade não consegue vender felicidade, ela nos passa a ilusão de que felicidade é o resultado da soma de prazeres: "Se tomar este refrigerante, calçar este tênis, usar esta camisa, comprar este carro..., você chega lá!".
O problema é que, em geral, "não se chega"! Pois, quem cede a tantas propagandas desenvolve, de tal maneira, o seu desejo, que acaba precisando de um analista, ou de remédios. E quem, ao contrário, resiste, aumenta a sua neurose.
O grande desafio é começar a ver o quanto é bom ser livre de todo esse condicionamento globalizante, neoliberal, consumista. Assim, pode-se viver melhor. Aliás, para uma boa saúde mental três requisitos são indispensáveis: a amizade, a auto-estima, e a ausência de estresse.
Mas, há uma lógica religiosa no consumismo pós-moderno. Na Idade Média, as cidades adquiriam status construindo uma catedral; hoje, no Brasil, constrói-se um Shopping Center. É curioso: a maioria dos Shoppings Centers tem linhas arquitetônicas de catedrais estilizadas; neles, não se pode ir de qualquer maneira, é preciso vestir roupa de "missa de domingo". E ali dentro se sente uma sensação paradisíaca: não há mendigos, não há crianças de rua, não se vê sujeira pelas calçadas...
Entra-se naqueles claustros ao som do gregoriano pós-moderno: aquela musiquinha de esperar dentista. Observam-se vários nichos: capelas com os veneráveis objetos de consumo, acolitados por belas sacerdotisas. Quem pode comprar à vista, sente-se no reino dos céus. Mas, aquele que só pode comprar passando cheque pré-datado, ou a crédito, ou, ainda, entrando no "cheque especial", se sente no purgatório.
E pior: aquele que não pode comprar, certamente vai se sentir no inferno...
Felizmente, terminam todos na eucaristia pós-moderna, irmanados na mesma mesa, com o mesmo suco e o mesmo hambúrguer do McDonald...
Por tudo isto, costumo dizer aos balconistas que me cercam à porta das lojas, que estou, apenas, fazendo um "passeio socrático". E, diante de seus olhares espantados, explico: "Sócrates, filósofo grego, também gostava de descansar a cabeça percorrendo o centro comercial de Atenas. Quando vendedores como vocês o assediavam, ele respondia:
"Estou, apenas, observando quantas coisas existem e das quais não preciso para ser feliz!"
(Frei Betto)
Em outro dia, eu observava o movimento do Aeroporto de São Paulo: a sala de espera estava cheia de executivos com telefones celulares, preocupados, ansiosos, geralmente comendo mais do que deviam. Com certeza, já haviam tomado o seu café da manhã em casa; mas, como a companhia aérea oferecia outro café, todos comiam vorazmente.
Aquilo me fez refletir: "Qual dos dois modelos vistos por mim, até aqui, realmente produz felicidade?".
Passados alguns dias, encontrei Daniela, 10 anos, no elevador, às nove da manhã, e perguntei: "Não foi à aula?". E ela me respondeu: "Não. Eu só tenho aula à tarde". Comemorei: "Que bom! Isto significa, então, que, de manhã, você pode brincar, ou dormir até mais tarde!...". "Não;", retrucou-me ela, "tenho tanta coisa a fazer, de manhã...". "Que tanta coisa?", perguntei. "Aulas de inglês; de balé; de pintura; piscina", e começou a elencar seu programa de garota robotizada.. .
Fiquei pensando: "Que pena! A Daniela não me disse: "Tenho aula de meditação".
Vê-se que estamos construindo super-homens e super-mulheres, totalmente equipados, mas, emocionalmente infantilizados.
Uma progressista cidade do interior de São Paulo tinha, em 1960, seis livrarias e uma academia de ginástica; hoje, tem sessenta academias de ginástica e três livrarias!
Não tenho nada contra malhar o corpo... Mas, preocupo-me com a desproporção em relação à malhação do espírito. Acho ótimo, vamos todos morrer esbeltos. Alguns perguntaram "Como estava o defunto?". E outros responderão: "Olha..., uma maravilha, não tinha uma celulite!"...
Mas, como fica a questão da subjetividade? Da espiritualidade? Da ociosidade amorosa?
Hoje, a palavra é virtualidade. Tudo é virtual. Trancado em seu quarto, em Brasília, um homem pode ter uma amiga íntima em Tóquio, sem nenhuma preocupação, porém, de conhecer o seu vizinho de prédio ou de quadra! Tudo é virtual. Somos místicos virtuais, religiosos virtuais, cidadãos virtuais. E somos também eticamente virtuais...
A palavra hoje é "entretenimento". Domingo, então, é o dia nacional da imbecilização coletiva. Imbecil, o apresentador; imbecil, quem vai lá e se apresenta no palco; imbecil, quem perde a tarde diante da telinha...
E como a publicidade não consegue vender felicidade, ela nos passa a ilusão de que felicidade é o resultado da soma de prazeres: "Se tomar este refrigerante, calçar este tênis, usar esta camisa, comprar este carro..., você chega lá!".
O problema é que, em geral, "não se chega"! Pois, quem cede a tantas propagandas desenvolve, de tal maneira, o seu desejo, que acaba precisando de um analista, ou de remédios. E quem, ao contrário, resiste, aumenta a sua neurose.
O grande desafio é começar a ver o quanto é bom ser livre de todo esse condicionamento globalizante, neoliberal, consumista. Assim, pode-se viver melhor. Aliás, para uma boa saúde mental três requisitos são indispensáveis: a amizade, a auto-estima, e a ausência de estresse.
Mas, há uma lógica religiosa no consumismo pós-moderno. Na Idade Média, as cidades adquiriam status construindo uma catedral; hoje, no Brasil, constrói-se um Shopping Center. É curioso: a maioria dos Shoppings Centers tem linhas arquitetônicas de catedrais estilizadas; neles, não se pode ir de qualquer maneira, é preciso vestir roupa de "missa de domingo". E ali dentro se sente uma sensação paradisíaca: não há mendigos, não há crianças de rua, não se vê sujeira pelas calçadas...
Entra-se naqueles claustros ao som do gregoriano pós-moderno: aquela musiquinha de esperar dentista. Observam-se vários nichos: capelas com os veneráveis objetos de consumo, acolitados por belas sacerdotisas. Quem pode comprar à vista, sente-se no reino dos céus. Mas, aquele que só pode comprar passando cheque pré-datado, ou a crédito, ou, ainda, entrando no "cheque especial", se sente no purgatório.
E pior: aquele que não pode comprar, certamente vai se sentir no inferno...
Felizmente, terminam todos na eucaristia pós-moderna, irmanados na mesma mesa, com o mesmo suco e o mesmo hambúrguer do McDonald...
Por tudo isto, costumo dizer aos balconistas que me cercam à porta das lojas, que estou, apenas, fazendo um "passeio socrático". E, diante de seus olhares espantados, explico: "Sócrates, filósofo grego, também gostava de descansar a cabeça percorrendo o centro comercial de Atenas. Quando vendedores como vocês o assediavam, ele respondia:
"Estou, apenas, observando quantas coisas existem e das quais não preciso para ser feliz!"
(Frei Betto)
terça-feira, abril 06, 2010
Ninguém quer entrar mais
José Antônio Oliveira de Resende
Professor de Prática de Ensino de Língua Portuguesa,
do Departamento de Letras, Artes e Cultura,
da Universidade Federal de São João del-Rei.
Sou do tempo em que ainda se faziam visitas. Lembro-me de minha mãe mandando a gente caprichar no banho porque a família toda iria visitar algum conhecido. Íamos todos juntos, família grande, todo mundo a pé. Geralmente, à noite.
Ninguém avisava nada, o costume era chegar de paraquedas mesmo. E os donos da casa recebiam alegres a visita. Aos poucos, os moradores iam se apresentando, um por um.
– Olha o compadre aqui, garoto! Cumprimenta a comadre.
E o garoto apertava a mão do meu pai, da minha mãe, a minha mão e a mão dos meus irmãos. Aí chegava outro menino. Repetia-se toda a diplomacia.
– Mas vamos nos assentar, gente. Que surpresa agradável!
A conversa rolava solta na sala. Meu pai conversando com o compadre e minha mãe de papo com a comadre. Eu e meus irmãos ficávamos assentados todos num mesmo sofá, entreolhando-nos e olhando a casa do tal compadre. Retratos na parede, duas imagens de santos numa cantoneira, flores na mesinha de centro... casa singela e acolhedora. A nossa também era assim.
Também eram assim as visitas, singelas e acolhedoras. Tão acolhedoras que era também costume servir um bom café aos visitantes. Como um anjo benfazejo, surgia alguém lá da cozinha – geralmente uma das filhas – e dizia:
– Gente, vem aqui pra dentro que o café está na mesa.
Tratava-se de uma metonímia gastronômica. O café era apenas uma parte: pães, bolo, broas, queijo fresco, manteiga, biscoitos, leite... tudo sobre a mesa.
Juntava todo mundo e as piadas pipocavam. As gargalhadas também. Pra que televisão? Pra que rua? Pra que droga? A vida estava ali, no riso, no café, na conversa, no abraço, na esperança.... Era a vida respingando eternidade nos momentos que acabam.... era a vida transbordando simplicidade, alegria e amizade...
Quando saíamos, os donos da casa ficavam à porta até que virássemos a esquina. Ainda nos acenávamos. E voltávamos para casa, caminhada muitas vezes longa, sem carro, mas com o coração aquecido pela ternura e pela acolhida. Era assim também lá em casa. Recebíamos as visitas com o coração em festa.. A mesma alegria se repetia. Quando iam embora, também ficávamos, a família toda, à porta. Olhávamos, olhávamos... até que sumissem no horizonte da noite.
O tempo passou e me formei em solidão. Tive bons professores: televisão, vídeo, DVD, celular, e-mail... Cada um na sua e ninguém na de ninguém. Não se recebe mais em casa. Agora a gente combina encontros com os amigos fora de casa:
– Vamos marcar uma saída!... – ninguém quer entrar mais.
Assim, as casas vão se transformando em túmulos sem epitáfios, que escondem mortos anônimos e possibilidades enterradas. Cemitério urbano, onde perambulam zumbis e fantasmas mais assustados que assustadores.
Casas trancadas.. Pra que abrir? O ladrão pode entrar e roubar a lembrança do café, dos pães, do bolo, das broas, do queijo fresco, da manteiga, dos biscoitos do leite...
Que saudade do compadre e da comadre!
Professor de Prática de Ensino de Língua Portuguesa,
do Departamento de Letras, Artes e Cultura,
da Universidade Federal de São João del-Rei.
Sou do tempo em que ainda se faziam visitas. Lembro-me de minha mãe mandando a gente caprichar no banho porque a família toda iria visitar algum conhecido. Íamos todos juntos, família grande, todo mundo a pé. Geralmente, à noite.
Ninguém avisava nada, o costume era chegar de paraquedas mesmo. E os donos da casa recebiam alegres a visita. Aos poucos, os moradores iam se apresentando, um por um.
– Olha o compadre aqui, garoto! Cumprimenta a comadre.
E o garoto apertava a mão do meu pai, da minha mãe, a minha mão e a mão dos meus irmãos. Aí chegava outro menino. Repetia-se toda a diplomacia.
– Mas vamos nos assentar, gente. Que surpresa agradável!
A conversa rolava solta na sala. Meu pai conversando com o compadre e minha mãe de papo com a comadre. Eu e meus irmãos ficávamos assentados todos num mesmo sofá, entreolhando-nos e olhando a casa do tal compadre. Retratos na parede, duas imagens de santos numa cantoneira, flores na mesinha de centro... casa singela e acolhedora. A nossa também era assim.
Também eram assim as visitas, singelas e acolhedoras. Tão acolhedoras que era também costume servir um bom café aos visitantes. Como um anjo benfazejo, surgia alguém lá da cozinha – geralmente uma das filhas – e dizia:
– Gente, vem aqui pra dentro que o café está na mesa.
Tratava-se de uma metonímia gastronômica. O café era apenas uma parte: pães, bolo, broas, queijo fresco, manteiga, biscoitos, leite... tudo sobre a mesa.
Juntava todo mundo e as piadas pipocavam. As gargalhadas também. Pra que televisão? Pra que rua? Pra que droga? A vida estava ali, no riso, no café, na conversa, no abraço, na esperança.... Era a vida respingando eternidade nos momentos que acabam.... era a vida transbordando simplicidade, alegria e amizade...
Quando saíamos, os donos da casa ficavam à porta até que virássemos a esquina. Ainda nos acenávamos. E voltávamos para casa, caminhada muitas vezes longa, sem carro, mas com o coração aquecido pela ternura e pela acolhida. Era assim também lá em casa. Recebíamos as visitas com o coração em festa.. A mesma alegria se repetia. Quando iam embora, também ficávamos, a família toda, à porta. Olhávamos, olhávamos... até que sumissem no horizonte da noite.
O tempo passou e me formei em solidão. Tive bons professores: televisão, vídeo, DVD, celular, e-mail... Cada um na sua e ninguém na de ninguém. Não se recebe mais em casa. Agora a gente combina encontros com os amigos fora de casa:
– Vamos marcar uma saída!... – ninguém quer entrar mais.
Assim, as casas vão se transformando em túmulos sem epitáfios, que escondem mortos anônimos e possibilidades enterradas. Cemitério urbano, onde perambulam zumbis e fantasmas mais assustados que assustadores.
Casas trancadas.. Pra que abrir? O ladrão pode entrar e roubar a lembrança do café, dos pães, do bolo, das broas, do queijo fresco, da manteiga, dos biscoitos do leite...
Que saudade do compadre e da comadre!
domingo, março 28, 2010
Comemoração
Pra compensar os anos em que não fiz questão de comemorar a data de aniversário, desta vez o fiz paulatinamente, dias antes, durante e depois. A cada encontro pude sorver uma pessoa, como se fosse nossa última vez. E quantas fiquei sem ver este ano!
Queridos de Curitiba, Natal, Dublin, Rio, Aracajú, Madri, Salvador, Limeira.
Pedaços de mim dos quais, creio, terei a vida toda para rever.
As surpresas de ontem foram o Ruy, Rose e Marcelo.
Embora tivéssemos algo pré agendado tudo aconteceu de maneira tão natural que fiquei grata! Conhecer um pouco mais de cada ser humano raro é muito prazeroso.
O que ainda podemos preservar com afinco são estas relações em que parecemos trocar as almas. Escassos instantes de entrega.
Pra coroar esta noite saboreamos, de entrada, patê de ricota com manjericão, queijo branco, salada de quinoa com perú, manga e peras mais suco de graviola com limão. Houve quem preferisse cerveja e até sem álcool.
A seguir, lascas de bacalhau com mandioquinha; azeitonas chilenas e tomate cereja, galeto com pedaços de moranga ao alecrim mais arroz integral.
Merece deixar registrado o modo de preparo da Salada de Quinoa:
3 xícaras de quinoa cozida
3 peras em cubinhos
1 manga em cubinhos
50 g de uva passas sem sementes
150 g de peito de perú light em cubos
100 g de castanhas de cajú torradas
salsa e cebolinha
azeite
caldo de legumes
1 colher de mostarda
Misture os ingredientes e sirva frio.
Pode-se variar substituindo a manga por moranga e servindo a salada dentro da própria moranga pré cozida.
Bom proveito!
Queridos de Curitiba, Natal, Dublin, Rio, Aracajú, Madri, Salvador, Limeira.
Pedaços de mim dos quais, creio, terei a vida toda para rever.
As surpresas de ontem foram o Ruy, Rose e Marcelo.
Embora tivéssemos algo pré agendado tudo aconteceu de maneira tão natural que fiquei grata! Conhecer um pouco mais de cada ser humano raro é muito prazeroso.
O que ainda podemos preservar com afinco são estas relações em que parecemos trocar as almas. Escassos instantes de entrega.
Pra coroar esta noite saboreamos, de entrada, patê de ricota com manjericão, queijo branco, salada de quinoa com perú, manga e peras mais suco de graviola com limão. Houve quem preferisse cerveja e até sem álcool.
A seguir, lascas de bacalhau com mandioquinha; azeitonas chilenas e tomate cereja, galeto com pedaços de moranga ao alecrim mais arroz integral.
Merece deixar registrado o modo de preparo da Salada de Quinoa:
3 xícaras de quinoa cozida
3 peras em cubinhos
1 manga em cubinhos
50 g de uva passas sem sementes
150 g de peito de perú light em cubos
100 g de castanhas de cajú torradas
salsa e cebolinha
azeite
caldo de legumes
1 colher de mostarda
Misture os ingredientes e sirva frio.
Pode-se variar substituindo a manga por moranga e servindo a salada dentro da própria moranga pré cozida.
Bom proveito!
sexta-feira, fevereiro 26, 2010
Solitude não é solidão
Meu parco domínio da língua inglesa nunca me permitiu saber que nela há duas palavras distintas para designar percepções diferentes do que popularmente na língua portuguesa se reduz à palavra solidão. Lendo há algum tempo na revista Vida Simples um texto do educador e escritor Eugenio Mussak, pude ver que no inglês a solidão enquanto condição de se estar isolado, desacompanhado, solitário ou abandonado tem o nome de “loneliness”. Já a solidão enquanto isolamento intencional, com objetivo de reflexão, meditação ou mesmo de relaxamento, leva o nome de “aloneness”.
Bem pouco usual para a maioria dos brasileiros (não sei para as demais nações que têm o português como língua oficial), a palavra solitude pode bem ser o aloneness do inglês. Embora também exista no espanhol com o mesmo sentido da nossa solidão ou do loneliness, a solitude foi introduzida na língua portuguesa para designar exatamente a solidão do silêncio intencional, com alguma finalidade positiva.
Eu vejo em solitude uma palavra belíssima, imponente, poética. Gosto, inclusive, por que tem a grafia e a sonoridade parecidas com outra palavra que uso muito: solicitude (qualidade de quem é solícito, de quem tem atenção, delicadeza, consideração). Dá até para arriscar que a solitude é uma espécie de solicitude consigo mesmo; um instante de atenção que todas as pessoas deveriam dispensar a si próprias em muitos momentos de suas vidas.
A verdade é que por solitude ser uma palavra bem pouco usada, termina prevalecendo a palavra solidão com toda a sua força histórica. Muito provavelmente por isso praticamente não existe alguém que admita ser solitário. É compreensível, já que se admitir assim é, de alguma forma, admitir-se derrotado ou desdenhado pela sociedade. Em sã consciência ninguém deseja a solidão neste contexto.
Voltando ao texto de Eugenio Mussak, ele o inicia dizendo que certa vez encontrou um amigo que lhe contava estar preparando a sua segunda jornada pelo caminho de Santiago de Compostela, na Espanha – conhecida rota de peregrinos e caminheiros meditadores. Ao questionar o amigo sobre os motivos que o levaram a querer refazer aquela aventura, este respondeu: “é que ainda deixei alguns assuntos pendentes comigo mesmo”.
Infelizmente, não são muitos os que chegam a este grau de auto-conhecimento. Até porque este tipo de conhecimento requer muita humildade para vencer o orgulho nefasto que cega as pessoas e as impede de ver seus próprios defeitos e limites. É maravilhoso alguém ter consciência de que tem assuntos pendentes consigo mesmo e querer encontrar tempo e espaço para encará-los.
No mesmo texto Mussak diz o seguinte: “foi quando estava só que eu tive os grandes momentos de inspiração, tomei as principais decisões de minha vida, cheguei mais fundo na análise de minhas angústias, experimentei o prazer de minhas certezas. É quando estou só que a leitura faz mais efeito e a escrita flui com naturalidade. Sozinho, percebo que a música está tentando me fazer companhia. Foi na imensa solidão de meu pequeno quarto de adolescente que decidi que iria dedicar-me a algo que envolvesse a alma humana”.
Compartilho desse pensamento e reforço que só se tem a ganhar na busca pela solitude. Vale a pena aprender a estar sozinho, até para enfrentar os momentos de real solidão – que sempre surgem pela perda de um ente querido, pelo fim de um amor ou por um certo vazio existencial inexplicável.
Roberto Darte
Bem pouco usual para a maioria dos brasileiros (não sei para as demais nações que têm o português como língua oficial), a palavra solitude pode bem ser o aloneness do inglês. Embora também exista no espanhol com o mesmo sentido da nossa solidão ou do loneliness, a solitude foi introduzida na língua portuguesa para designar exatamente a solidão do silêncio intencional, com alguma finalidade positiva.
Eu vejo em solitude uma palavra belíssima, imponente, poética. Gosto, inclusive, por que tem a grafia e a sonoridade parecidas com outra palavra que uso muito: solicitude (qualidade de quem é solícito, de quem tem atenção, delicadeza, consideração). Dá até para arriscar que a solitude é uma espécie de solicitude consigo mesmo; um instante de atenção que todas as pessoas deveriam dispensar a si próprias em muitos momentos de suas vidas.
A verdade é que por solitude ser uma palavra bem pouco usada, termina prevalecendo a palavra solidão com toda a sua força histórica. Muito provavelmente por isso praticamente não existe alguém que admita ser solitário. É compreensível, já que se admitir assim é, de alguma forma, admitir-se derrotado ou desdenhado pela sociedade. Em sã consciência ninguém deseja a solidão neste contexto.
Voltando ao texto de Eugenio Mussak, ele o inicia dizendo que certa vez encontrou um amigo que lhe contava estar preparando a sua segunda jornada pelo caminho de Santiago de Compostela, na Espanha – conhecida rota de peregrinos e caminheiros meditadores. Ao questionar o amigo sobre os motivos que o levaram a querer refazer aquela aventura, este respondeu: “é que ainda deixei alguns assuntos pendentes comigo mesmo”.
Infelizmente, não são muitos os que chegam a este grau de auto-conhecimento. Até porque este tipo de conhecimento requer muita humildade para vencer o orgulho nefasto que cega as pessoas e as impede de ver seus próprios defeitos e limites. É maravilhoso alguém ter consciência de que tem assuntos pendentes consigo mesmo e querer encontrar tempo e espaço para encará-los.
No mesmo texto Mussak diz o seguinte: “foi quando estava só que eu tive os grandes momentos de inspiração, tomei as principais decisões de minha vida, cheguei mais fundo na análise de minhas angústias, experimentei o prazer de minhas certezas. É quando estou só que a leitura faz mais efeito e a escrita flui com naturalidade. Sozinho, percebo que a música está tentando me fazer companhia. Foi na imensa solidão de meu pequeno quarto de adolescente que decidi que iria dedicar-me a algo que envolvesse a alma humana”.
Compartilho desse pensamento e reforço que só se tem a ganhar na busca pela solitude. Vale a pena aprender a estar sozinho, até para enfrentar os momentos de real solidão – que sempre surgem pela perda de um ente querido, pelo fim de um amor ou por um certo vazio existencial inexplicável.
Roberto Darte
sexta-feira, janeiro 29, 2010
Bruxelas
O Alemão amigo músico e a Liliane, cantora, foram gentis em me buscar no aeroporto em uma Berlingo cor mostarda. Ele deitado atrás enquanto eu apreciava a estrada no banco frontal de passageiros. E começamos bem porque cheguei sem voz. No dia anterior, uma sexta feira chuvosa e friorenta, uma garota de dezoito anos se empolgou em vir conversando comigo debaixo de chuva e o vento gélido tomou conta dos meus brônquios, penetrou fundo em meu pulmão. Tão feliz estava com o diálogo que não percebi o mal que isso poderia me causar mais tarde. Esqueci que Dublin possuía outro clima e me expus a microorganismos diferentes daqueles com que estava habituada. Foi fatal, na mesma noite fiquei afônica.
Embora minha voz estivesse ausente não sentia dor alguma em local algum. Muito diferente do que costuma nos acontecer no Brasil em que a garganta logo arde. Imagine chegar em um local em que você não conhece nada inclusive os anfitriões e ainda ter que ficar calada tempo integral! É um verdadeiro sofrimento não poder expressar-se, contar fatos e notícias que os conterrâneos esperam que levemos.
Grandes novidades não faladas. Poucas coisas! Quase nada. É, eu me sentia quase nada. Sem poder retribuir a enorme gentileza do casal fiquei emocionalmente reduzida a pó. Liliane preparou pratos magníficos enquanto o Alemão me mostrou suas músicas, seu estúdio, o quarto sala em que eu ficaria. Ah! Havia um computador para eu me comunicar com os meus... Era uma casa com pé direito alto, batentes ovalados e paredes em verde berilo. Esta tonalidade específica me remetia à infância por estar presente no meu jogo de lápis, isso me apaziguou. Outras cores vibrantes chamavam a atenção. O banheiro era bem iluminado, parecia estar fora da casa, possuía uma segunda porta que dava para o quarto do casal e uma terceira porta que dava pra o jardim. Extraordinário!
Embora minha voz estivesse ausente não sentia dor alguma em local algum. Muito diferente do que costuma nos acontecer no Brasil em que a garganta logo arde. Imagine chegar em um local em que você não conhece nada inclusive os anfitriões e ainda ter que ficar calada tempo integral! É um verdadeiro sofrimento não poder expressar-se, contar fatos e notícias que os conterrâneos esperam que levemos.
Grandes novidades não faladas. Poucas coisas! Quase nada. É, eu me sentia quase nada. Sem poder retribuir a enorme gentileza do casal fiquei emocionalmente reduzida a pó. Liliane preparou pratos magníficos enquanto o Alemão me mostrou suas músicas, seu estúdio, o quarto sala em que eu ficaria. Ah! Havia um computador para eu me comunicar com os meus... Era uma casa com pé direito alto, batentes ovalados e paredes em verde berilo. Esta tonalidade específica me remetia à infância por estar presente no meu jogo de lápis, isso me apaziguou. Outras cores vibrantes chamavam a atenção. O banheiro era bem iluminado, parecia estar fora da casa, possuía uma segunda porta que dava para o quarto do casal e uma terceira porta que dava pra o jardim. Extraordinário!
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